domingo, 19 de diciembre de 2010

LA ESTÉTICA DE PLATÓN



LA ESTÉTICA DE PLATÓN


Es difícil describir el objeto central de la estética platónica sin caer en la simplicidad a la que mis precarios conocimientos me limitan.

De entrada, debo hacer la un tanto agresiva aseveración de que no creo que exista una belleza absoluta y, por tanto, tampoco creo que exista una concepción absoluta de lo que es belleza. Considero en cambio, que sí existen una serie de condicionantes y variables que impactan en la percepción humana de tal modo que su reacción ante la llamada realidad lo llevan a catalogar las cosas como bellas o no bellas.

En el Hipias Mayor, Platón narra la discusión entre Hipias y Sócrates acerca de lo que es bello y por qué. En uno de los planteamientos se concibe la existencia de la belleza en las cosas respecto a su utilidad: “Lo bello es lo útil, lo que sirve para realizar cualquier acción”. Siguiendo un razonamiento un tanto prevenido por cualquiera, Platón refuta esta opinión porque es bien sabido que no todo lo que se emplea para hacer algo es bello debido a que con la característica de “utilidad” de las cosas se pueden ejecutar tanto acciones malas como buenas y, por antonomasia, se sabe que la belleza no puede ser vehículo de lo malo o dañino del hombre.

Estoy de acuerdo en la suposición de que lo bello es un concepto diferente a lo útil; Independientemente de que se sea ciego podemos tener unos ojos hermosos, es decir, el hecho de que éstos no me sean útiles no le resta cualidad a su color o a su forma. Sin embargo no estoy de acuerdo con la idea platónica de que lo que se emplee con fines malos sea por ende feo; puedo comprar una pipa para fumar marihuana, la acción de fumar no es bella por el hecho de ser destructiva al dañar mi cuerpo y mi psique, pero eso no resta que la pipa pueda ser un trabajo artesanal sumamente valioso con características bellas.

Entonces estamos ante la premisa de que la belleza existe en diversos planos; el de la belleza física y la belleza de lo no físico: la pipa corpóreamente puede ser bella y la acción que ejecuta puede no serlo.

También se habla en Hipias que le belleza es aquello encargado de deleitarnos: de causar placer principalmente mediante los oídos y la vista. Con esto no caemos más que en meras sujeciones: lo bello sería sumamente subjetivo debido a que lo que me causa placer a mí puede no causárselo a otro sin considerar que, al mismo tiempo, lo que me puede deleitar puede ser la acción más ruin y abominable siendo la finalidad de la acción algo no bello. Y aún suponiendo que encontráramos un común denominador de algo placentero que además acarreara cierta virtud o no restara virtud al espíritu, habría que resolver la incógnita de ¿Cuál o qué elemento es la quintaesencia de ese común denominador que es capaz de proyectar belleza?

Platón asimismo se apegaba un tanto a la idea pitagórica de la noción de belleza forjada con base en la medida y la proporción, considerando que la armonía y el orden conducían al bien y hacían un paralelismo con la belleza (Con esta enunciación de lo bello ¿Qué pensaría Platón acerca de la obra de Jackson Pollock?). La matemática aplicada a la estética es una teoría bastante aceptada; se ha dicho y comprobado que, por lo menos en el plano físico, entre más simétrico sea algo y matemáticamente se acerque al llamado “numero de oro” de la proporción áurea, más bello es. Pero la incógnita sigue siendo la misma, en caso de que la belleza se consiga con proporciones y un número la favorezca ¿Cuál es la naturaleza de ese número? ¿En qué radica que la matemática posea el espíritu de la belleza?

Platón nos dice tener una respuesta.

Después de marcar el plano físico de la belleza y el plano de la belleza de las almas a través de la virtud, propone un tercer estado de la belleza, madre de las anteriores dos: la belleza inmóvil. Las primeras son aparentes a los mortales y van relacionados con lo sensible, la tercera en cambio, es un concepto universal, inmutable y perpetuo que habita en el mundo de las ideas. El común denominador de belleza del que hablaba párrafos antes, los objetos que se perciben como bellos, la misma matemática y su simetría, están regidos por un “algo” absoluto y supremo que concede parte de su carácter a los objetos.

Mi interés respecto a los postulados platónicos de la estética se origina primordialmente en este punto.

Para Platón “lo bello” reside en algo inasequible de la cual el mundo sensible es una mera aproximación: todo lo que percibimos (las mujeres y hombres hermosos, las pinturas bellas, las obras más impresionantes de arquitectura, los más hondos poemas, los más impresionantes paisajes naturales) son reflejo de ese “algo” absoluto e invisible. Podemos observar un as de luz de lo bello, pero la belleza en sí no se fisicaliza: sólo trasciende a nivel del espíritu.

Plantear la belleza literalmente como un elemento casi místico, proveedor de belleza al mundo, es algo que está fuera de mi alcance; yo no puedo comprobar y mi razón aún no alcanza para aterrizar la idea de que existe una belleza absoluta y suprasensible, ni que la belleza de un lago, un cuadro o de una persona, tienen su origen en una fuente superior de belleza que apenas y se deja entrever para los mortales.

Sin embargo al igual que Platón, sí creo que la belleza vive por, en y mediante las ideas. Es más: me atrevo a decir que la belleza no existe como tal, todo objeto es neutro; su adjetivo cualitativo de bello o feo radica en un ideal forjado ideológicamente por la cultura. Es así como ese dispositivo transmisor de belleza del que habla Platón yo lo llamaría, en un plano más tangible, con el nombre “cultura”.

Haciendo una breve revisión de la historia de la humanidad, es claro cómo cada sociedad en cada época ha tenido una peculiar forma de percibir, interpretar y clasificar estímulos de la llamada realidad, por esto las estéticas griega, maya, china, medieval y contemporánea, difieren entre sí.

El concepto de lo bello varía según nuestras creencias, experiencias, tradiciones y evoluciona con nuestra cultura.

Es así como la estética vive en la ideología; lo que determinado grupo de personas considere bello dependerá de sus creencias, de sus convicciones. Y como todas las convicciones de tan convencidas que están de sí mismas se vuelven “verdades” tenemos entonces que para los Mayas las deformaciones en la cabeza son lo más bello mientras para los griegos clásicos lo es los rostros ovalados con mentón afilado.

En definitiva creo que la belleza y nuestra reacción ante ella es una combinación de aspectos culturales y cerebrales. La cultura y las experiencias que nos proporciona esta cultura, nos dicen qué es bello o qué entra dentro del margen de lo bello, nuestro cerebro lo registra, lo asociamos con la realidad y nos produce cierto placer e incluso despierta deseo.

Y en el deseo yo encuentro el meollo del asunto.

Platón dice que el inicio del ascenso hacia la belleza en su estado máximo, suprasensible y absoluto está a partir de la belleza visible, de la admiración de los cuerpos bellos para luego ascender al nivel espiritual y finalmente apreciar la belleza suprema en sí. El primer peldaño para lograr la ascensión -dice Platón- es el amor que, citando textualmente mis apuntes, “siempre es deseo, deseo de la belleza y de la eternidad por la procreación”.

Para Platón, el deseo forma parte del proceso para alcanzar la estética máxima, sin embargo, yo creo más que un vehículo para alcanzarlo, en sí mismo el concepto de belleza se funda o tiene una de sus bases en deseo.

O ¿Acaso será una casualidad que regularmente la belleza es o simboliza lo más difícil de conseguir, lo que no cualquiera posee y por tanto lo más deseable por imposible? En la china antigua por ejemplo, la gordura era un seña de riqueza y, casi por ende, de belleza. Actualmente, en el mundo globalizado y de la mercadotecnia, nos inyectan el ideal de cuerpos esqueléticos que prácticamente son una quimera televisiva y que despiertan tal deseo que industrias fabricantes de falsedades se enriquecen vendiendo la posibilidad de alcanzar una utopía. Pero la cuestión del deseo no sólo es aplicable a los cuerpos, el oro por ejemplo, es un metal difícil de extraer y encontrar, como tal se convierte en un elemento valioso cuya posesión es reservada a determinadas personas y casi consecuente a esto es considerado “bello”. Lo mismo pasa en sentido contrario, en cuanto los objetos se vuelven de fácil adquisición, ordinarios, del vulgo, dejan de ser deseados y la apreciación que lo consideraba “bello” se ve reducida.

Pero Platón no considera el amor (junto con el deseo que éste despierta) como el único escalón para alcanzar la belleza máxima. También dice que hay otro nivel en el que el hombre podrá darse cuenta de que existen más cuerpos y podrá entonces desprenderse emocionalmente, sensitivamente, de aquél único cuerpo de amor primero y sabrá que es más valioso amar a quien tiene un alma bella que un cuerpo bello, lo material carece ya entonces de una valoración “estética” en ese plano para después saltar a otro nivel y encontrase con la belleza del conocimiento, plataforma para acercar el alma a la belleza absoluta e ininteligible a través de los sentidos.

Y se llega al éxtasis.

Así como dije que coincido con la idea platónica de que la bellaza se gesta y vive en el mundo de las ideas, también considero que existe una belleza máxima que si bien no es proveedora de virtud estética universal, por su naturaleza rebasa a la belleza basada en lo que se desea terrenalmente.

Pero dentro de todo esto ¿El arte, dónde queda? Lo pregunto porque un término muy ligado a la belleza es el de arte e incluso no sorprende que muchas veces se comprendan como un mismo concepto.

Para Platón, la producción artística al ser sensitiva está ligada a lo mundano, a lo visible. Plantea además que el arte es una imitación del mundo sensible (que de por sí, dice, ya es una imitación) y como tal, es un conjunto de signos aparenciales que puede prestarse a despertar confusión, siendo entonces una fuente de engaño e irracionalidad. Menciona además que como toda imitación se distancia de la realidad, al arte tiene el carácter de falsedad y por tanto resulta ser un peligro para el Estado ya que tienden a modificar ideales y formas de pensar.

Cabe aclarar que Platón no era promotor de una movimiento contra el arte, simplemente consideraba peligroso porque podía una mimesis causar una inestabilidad al espíritu del hombre.

Personalmente me fascina esta concepción platónica.

Para los que no creen que el arte tenga una función social, tal vez Platón con esta conceptualización pueda proporcionar una idea de su ocupación vital: El arte despierta, cambia formas de pensar, revoluciona. Por eso es que actualmente es tan restringida y controlada: porque incita al pensar. Sin embargo a diferencia de Platón yo no creo que el arte al ser una “imitación” sea fuente de irracionalidad: no, todo lo contrario. El arte, en primera instancia no es en sí una imitación, es un reflejo. No es que el arte quiera reflejar la realidad, es que la realidad se refleja en el arte. El arte es la realidad que se nos presenta de manera digerida para poder analizarnos, entendernos, saber qué está pasando con nuestra sociedad, criticarla, cambiarla… El arte para mí es un escalón para llegar a la belleza en su más pura expresión: la belleza del alma, de la humanidad.



Ana Karla Torres Gómez



Fuentes de información

http://vereda.ula.ve/historia-del-arte/minimal-base/

http://plesiologos.blogspot.com/2007/10/el-amor-en-el-banquete-de-platn.html