ÁSPERA PATRIA
Áspera Patria,
Madre Dolorosa,
perdona el verso oscuro
y la mirada turbia;
perdona que te hable
—ahora,
precisamente ahora—
que tu falda blanca
se torna roja.
Perdona, Madre,
que tire de los jirones
de tu rebozo gastado
y de las negras hebras
de tu pelo destrenzado.
Perdona, Madre Herida,
que llore en tu regazo;
perdona a este hijo que,
aferrado a tus caderas,
besa tus pies
de arcilla milenaria.
Perdona, Madre,
que te distraiga
y te moleste
—ahora,
precisamente ahora—
que, de Austro a Norte,
surcado está
tu rostro moreno
de fiesta y duelo.
Te maquillaron, Madre,
te maquillaron;
pintaron tus labios bellos
de fuego y alegría.
Danzaron para ti, Madre,
te dieron flor y canto,
te hicieron ofrendas;
y los teocalli y seos
entre luces y copales
de nuevo te glorificaron.
Perdona, Madre,
que sólo traiga trenos
y marchito zempoalxóchitl
a tu altar de negro xaltocan.
Perdona, Nonantzin,
perdona las cenizas
en mi pelo crespo y enredado.
Perdona, Madre,
pero es que…
yo no soy como ellos.
Perdona, Madre,
pero malas nuevas
son las que traigo:
de Veracruz
a los Cabos,
y de Mexicali
al Caribe turquí,
mueren de hambre tus hijos,
trábanse de odio y sangre,
mátanse fieros entre sí.
En tus resecos
y bermejos desiertos
fallecen los hijos del Venado y el Coyote,
del Hikuri y la flecha encendida.
En la cabellera de tus glaucos sotos,
en la selva esmeralda de Chiapas
—bañada en relente de ámbar—,
en la rosa cantera de Ndamaxei,
en
en los pueblos sepultados
por el cristal y el acero,
en las grises aceras
de la urbes.
Mueren tus hijos, Madre,
y a nadie le importa.
Mueren tus hijos, Madre,
y pocos son los que lloran.
Dicen que ha 200 años,
Madre,
eres libre y soberana.
Dicen que ha 200 años,
Madre,
tus héroes y mártires
con su sangre te rescataron.
Pero en el rostro de tus hijos,
Madre,
el hierro candente,
el látigo inclemente,
la discriminación indolente,
siguen asomándose
con cínico gesto.
A golpe de hacha,
Madre,
—sin risas
ni gritos de muchacha—
acaban con tus florestas,
tus nieblas y tus fuentes.
El Diablo se quedó
con las escrituras
y los veneros del petróleo;
se instaló en los palacios,
en los templos,
es negro y torvo pájaro
de oficio político y narco.
Fenece en tu superficie el maíz,
y veneno siembran por doquier.
Tu provincia mendiga
por mendrugos y centavos.
Madre Patria: tu mutilado territorio
se viste de sayal, de pena y hambre.
Pero, Áspera Patria,
tu casa aún es tan grande
que mil ladrones y asesinos
quieren saquearla
y robar nuestro destino.
Madre Patria,
raptarte quieren
en opacas madrugadas,
a disparos de cañón,
y entre mañas policíacas.
Nuestra juventud,
llora mientras,
ora oculta y tremorosa,
ora ebria y enajenada,
por un mañana
que sabe y huele a nada.
Torna, Madre,
torna tu mirada mestiza,
rubia, morena,
amarilla, mulata
a este negro aquelarre.
Vuelve a sonreír,
enséñanos nuevamente
lo que es el valor,
la libertad
y la justicia.
Vuelve a decir sí,
más al triste que al feliz,
más al pobre que al potentado;
vuelve a enseñarnos
esa, tu lengua de amor,
pues la hemos olvidado.
La cambiamos por
el canto del dinero
y la explotación de
nuestros hermanos.
Áspera Patria,
Madre Dolorosa,
perdona el verso oscuro
y la mirada turbia;
perdona que te hable,
que te distraiga,
que llore en tu regazo,
pero la fiesta
ha terminado.
No puedes,
—no podemos—
seguir siendo iguales,
ni fieles al espejo diario.
Tiempo es ya de mudar
y despertar,
no somos un sombrero,
ni unas trenzas
ni unos tacos.
Somos bronce ardiente,
mar de lava,
el voraz fuego
del hierro incandescente.
Madre Patria,
la fiesta ha terminado…
JOSÉ MARÍA GUADALUPE CABRERA HERNÁNDEZ
19 de septiembre de 2010